Desde que, en 1993 Manuel, un periodista amante de la música rock y de la ópera casi tanto como de redes sociales, compra y se instala en una buhardilla de 30 metros cuadrados en el madrileño barrio de Lavapiés, la configuración del espacio no había sido modificada.
ARQUITECTURA: GON, GONZALO PARDO. EQUIPO: CAROL PIERINA, MARÍA CECILIA, IVÁN RANDO, CRISTINA RAMÍREZ, KOSTÍS TOULGARIDIS. CONSTRUCCIÓN: SISTEMAS DE INGENIERÍA Y OBRAS. CARPINTERÍA: CORTIZO, VELUX. CARPINTERÍA DE MADERA: MUEBLES D’VINCI. CORTINAS: RABADÁN. ILUMINACIÓN: OLIVA ILUMINACIÓN. FOTOGRAFÍAS: IMAGEN SUBLIMINAL.
MATERIALES BIEN ELEGIDOS
Bajo un techo inclinado de vigas de madera vistas sin ningún tipo de aislamiento que hacían de la buhardilla un lugar algo sombrío y poco ecológico, la casa incluía dos muros de carga que la segregaban en tres estancias (salón-cocina-comedor, cuarto de baño, dormitorio) y una terraza semioculta e infrautilizada.
Fue a finales de 2020, en medio de la pandemia, cuando Manuel, sin duda influido por la limitación vital que supuso el confinamiento, se decidió a hacer una renovación total y radical de su vivienda. Cuando el equipo de arquitectura Gon llega, tuvo muy claras las acciones de transformación de este espacio en uno nuevo. Se resumen en tres palabras: demoler, perforar y equipar. Se elimina el muro de carga entre el dormitorio/terraza y el salón/cocina/comedor para generar unidad; se realizan nuevas perforaciones en la cubierta para introducir la mayor cantidad de luz natural posible, y se equipa el perímetro de la casa con un nuevo sistema de almacenaje de suelo a techo, cubriéndolo con espejos para hacerlo desaparecer. Tres operaciones tan claras como precisas, de mínima energía y máximos resultados.
La respuesta es una casa luminosa, despreocupada y cómoda, adjetivos intrínsecos a una casa de playa. De pocos materiales, aunque muy bien elegidos: cerámica, pintura y espejo.
UN ÚNICO AMBIENTE
La imagen final de la buhardilla es una gran habitación cualificada, espacial, lumínica, térmicamente eficiente y con una atmósfera que se puede modificar, convirtiendo la estancia en una escenografía que se abre y se cierra según el estado de ánimo, como se abre y se cierra el telón de un teatro; un ambiente unitario y continuo, y aun así cambiante si se desea, donde el paso de una estancia a otra se produce de forma líquida, con la referencia de los distintos (y pocos) muebles que la configuran (una mesa, tres sillas, una lámpara, una butaca y una cama), y donde el denominador común es el suelo: una pintura de poliuretano azul Klein que recorre toda la casa, como si de una alfombra marina se tratara, contribuyendo a difuminar los límites entre el interior/exterior, lo público/privado, lo abierto/cerrado.
Las acciones de descanso y relax tienen lugar, metafóricamente hablando, en una cueva: un umbral lacado en gris marengo desde el que, en posición horizontal, se puede mirar el cielo de Madrid tanto de día como de noche, y donde, al fondo, se disponen tres franjas leds de distintas longitudes que son un homenaje al artista estadounidense Dan Flavin.
La terraza, que se une con el interior a través de una pared de cerámica girada 45 grados, se convierte en una habitación más que introduce luz y ventilación en la que hay un banco del mismo material que invita a tumbarse, comer con los amigos o simplemente sentarse a leer. Beach House es una casa de playa en el centro de una ciudad sin mar para una persona que vive sola, un espacio que se disfruta especialmente en soledad.