Blanca y Guido son una pareja de arquitectos de mediana edad que se conoció durante la realización de un proyecto común. Cuando la relación se consolidó, decidieron trasladarse a una vivienda propiedad de la familia de ella.
MOBILIARIO: SANTOS. FOTOGRAFÍAS: FERNANDO DE BUSTOS.
NUEVA DISTRIBUCIÓN
Se trata de un piso que ocupa la segunda planta de un edificio de finales del siglo XIX, enclavado en una céntrica plaza del casco histórico de la ciudad. La construcción revela influencias del estilo francés, especialmente en lo que respecta a la búsqueda de una arquitectura moderna, principal preocupación cultural de la época.
Su fachada destaca por una composición simétrica, con soportales a modo de zócalo en la planta baja, y huecos dotados de balcones y miradores de hierro forjado en las dos plantas superiores, ambas rematadas con una potente cornisa.
Aunque el piso se ajustaba a lo que deseaban, tanto por su ubicación como por sus características, los dos tenían claro que era necesario acometer una reforma que lo adaptase plenamente a su estilo de vida. El hecho de que Blanca desarrolle sus proyectos en casa hace que su visión de la vivienda, compartida por Guido, sea la de un estudio-refugio, en el que cualquier estancia puede funcionar indistintamente como lugar de trabajo o de ocio. Atendiendo a esta premisa, plantearon una intervención muy respetuosa con la edificación.
A nivel estructural, se limitaron a prescindir de algunas divisiones con el objetivo de crear espacios más amplios, diáfanos y polivalentes. Esto les permitió agrupar la zona de día en un ala del piso, organizando sus ambientes en dos mitades conectadas.
Así, a un lado ubicaron la cocina, el taller y el despacho, y al otro el comedor y la zona de estar con salón, biblioteca y piano. Esta distribución consigue que las estancias se sucedan de forma natural, favoreciendo la libertad de movimientos y la interacción.
INTERIORISMO CONTENIDO
Durante la reforma se recuperaron aspectos originales del edificio como, por ejemplo, la tarima de madera de pinotea que, al extenderse por todo el suelo, aporta continuidad a la planta. Esta madera se utiliza igualmente en puertas, contraventanas, artesonados y pórticos interiores, un espectacular recurso arquitectónico que ha ayudado a trazar fronteras invisibles entre ambientes. Todos estos elementos se han lacado en color blanco roto, fusionándolos con paredes y techos para conformar un extenso lienzo en blanco. De esta forma se ha potenciado la luminosidad natural del espacio, generando una mayor sensación de amplitud.
A la hora de definir el interiorismo, los propietarios han optado por una vía mínima y contenida, procurando aunar de manera precisa el carácter práctico y el toque personal. Los muebles de diseño minimalista, con líneas rectas y estilizadas, conviven con piezas de inspiración vintage, formando un conjunto armónico y coherente en el que todo ocupa el espacio justo.
El predominio del blanco se ha puntuado con una delicada paleta cromática de tonos grises, crudos y maderas, que se complementa con múltiples fuentes de iluminación indirecta. Esta es la base sobre la que se asientan los escenarios que se transforman en función de la luz, las rimas que subrayan los vínculos entre ambientes, y también los contrastes que los dotan de dimensión y carácter propio.