PROYECTO: PALOMINO ARQUITECTOS.
Alejandro Palomino de Palomino Arquitectos, ha convertido esta casa de Ibiza en un elemento escultórico, en el que la naturaleza se embute en una estructura lineal. De esta forma, el verde de la fachada, el azul del mar y el blanco de la casa conforman un cuadro de belleza sin igual.
FOTOGRAFÍAS: MAURICIO FUERTES.
Desde el interior, los espacios se abren al mar, que se trata como un cuadro. La falta de aristas hace que las vistas no se rompan por balcones ni barandillas. Un vidrio de 6,60 x 3,20 metros preside el salón, creando un cuadro perfecto y vivo.
En la planta baja se distribuyen los espacios desde el patio de entrada. Dejando la cocina a su derecha, por donde se observa quién entra en la casa, como un guiño a la arquitectura tradicional española. Pero en esta vivienda los espacios fluyen, la cocina se comunica con el comedor, que se abre a un salón en doble altura. Elementos escultóricos se van repitiendo, el ascensor neumático se sitúa en el centro, configurando los espacios a su alrededor. Detrás de él se diseña una escalera con piezas cerámicas y tirantes de acero. Hasta en el aseo, el lavabo aparece suspendido con una grifería que viene del techo.
La escalera sube, colgada, hacia la planta piso. Donde se encuentra un espacio dormitorio que se abre al mar, con un espectacular baño, que forma parte de este balcón al mar. El resto de la planta lo completan otros dos dormitorios con sus baños en suite. En el espacio central la oficina se asoma a la doble altura, con una vista del mar a través de una transparencia.
Los espacios exteriores de la vivienda se estratifican según la verticalidad del proyecto. Desde la azotea, con una basta explanada donde contemplar los 30º, se baja al porche principal de la vivienda, bajo la pastilla en voladizo. Si se sigue bajando se llega a la gran zona chill out, con una gran cama construida a medida para el esparcimiento de la familia. Y bajando aún más se encuentra la piscina, con su propia sala de juegos y de relax, que se sitúa entre las piedras del acantilado, adaptando su forma al entorno y maximizando las vistas.
Frente al mar, donde más arrecia el viento, los arquitectos levantan una escultura diseñada para contener el viento. La escultura es un nido, apoyado en la roca, que aloja, retiene y acaba por dejar salir al viento, dominante en el acantilado. Es una escultura ligada al lugar y perteneciente a él.