PROYECTO: STUDIO ANIMAL.
La transformación, por parte de Studio Animal, de esta vivienda en un edificio de 1913 en Madrid, trata de actualizar su programa a través de pequeñas intervenciones para la nueva familia que acoge a Javier, un arquitecto, a Sandra, una manager musical, y a tres niñas: Olivia, Fiona y Lois.
FOTOGRAFÍAS: JOSÉ HEVIA.
El espacio de la casa tiene esa pátina de edificio antiguo: molduras, techos muy altos, muros gruesos y un fantástico suelo de madera. Así que la propuesta trabaja con la intención de potenciar estas cualidades y hacerlas compatibles con la nueva vida de la casa.
La operación principal es la intervención en las tres estancias exteriores que dan a la calle. Esas tres habitaciones, de dimensiones muy particulares (muy altas, pero no especialmente grandes) están comunicadas por tres imponentes puertas de doble hoja de madera y vidrio. La intervención pasa por quitar esas puertas y recortar las paredes para hacer más grandes los huecos que dejan, sacando a relucir una concatenación de estancias que posteriormente se ha visto reforzada con la instalación de un gran espejo en uno de los extremos, ocupando todo el paño superior de la chimenea. Estas heridas que deja la ejecución de los huecos quedarán patentes, no solo aquí sino en toda la casa, con el uso de cerámica rectificada azul mate, dejando así constancia de los elementos intervenidos.
Las puertas sustraídas se convierten en dos grandes puertas de tres hojas cada una, que se adaptan como un guante a su nueva situación: los huecos que dejaba el muro de carga que separa la estancia del salón de los dormitorios, dos piezas simétricas, volcadas una a cada lado del salón. Precisamente, la decisión de no dejar una única estancia alargada como salón tuvo que ver con esta nueva ubicación del programa. Los trozos de pared que quedan tras abrir los huecos son los rincones que se van especializando con distintos usos gracias a la aparición de los muebles, y esto ayuda a zonificar las distintas áreas: el universo de los niños a un lado, el de los adultos al otro, y en el centro donde se encuentran ambos mundos.
Estas estancias interiores (dormitorio principal y dormitorio de las niñas) y los baños, se han renovado usando el mismo acabado cerámico en suelos y paredes, en color blanco. El uso del blanco y del abedul potencia la luminosidad.
Pero esta es una casa de siete puertas. La séptima es invisible, apenas perceptible por una delgada grieta en una pared de la entrada. Es una entrada secreta al mundo de los niños.
Por último, la cocina se ha tratado como un escenario en sí mismo. Un lugar que por su ubicación es casi independiente del resto de la casa. Mármol en encimeras, frontales y suelo (verde Guatemala para los primeros, damero de Macael y Marquina para el suelo) está combinado con los muebles de abedul natural, que otorgan a esta cocina una atmósfera cálida y acogedora, convirtiéndose de hecho en uno de los lugares más usados en la vida diaria.
La iluminación es fundamental en este pequeño universo doméstico. De noche, la casa se transforma, y distintos colores van más allá de un trabajo con la temperatura de la luz. Multitud de lámparas repartidas por el espacio van matizando los diversos rincones, cualificándolos con formas muy diferenciadas de iluminarlos: en la biblioteca, una MayDay de Konstantin Grcic para Flos tiñe de luz negra este espacio; junto al sofá, la acogedora TMM, un clásico de Miguel Milá para Santa & Cole convive con el neón rosa Chandelier de Lluis A. Casanova.