PROYECTO: EGUE Y SETA.
Living Hub es una vivienda que versa sobre la conexión en su sentido menos tecnológico. Conexión entre el interior y el exterior, conexión entre las estancias más sociales y conexión remota con la familia y los amigos, en el otro extremo de la ciudad.
FOTOGRAFÍAS: VICUGO FOTO.
Si se entra a esta vivienda, como un dron, el espectador se eleva desde el centro del ensanche barcelonés hasta encontrarse con los balcones terraza que recorren toda su fachada y dan a cada estancia y habitación de la casa, su espacio homólogo para el verano, y su mirador.
Tras ellos y sus ventanas balconeras, se propone un umbral de microcemento negro que mientras confiere profundidad al límite, pretende convertirlo en una invitación a cruzarlo.
La tonalidad oscura, amortiguada en las mañanas por la luz natural que la orientación garantiza, contrasta, en la cocina, con la piedra blanca de veta suave que recorre una isla central sobredimensionada, la encimera y los salpicaderos perimetrales. Por encima y por debajo de estos, los frontales de armarios se visten de un gris sedoso que hace de mediador entre los extremos cromáticos y que enmarca, a su vez, las estanterías abiertas y decorativas acabadas en roble natural, encargadas de aportar textura y calidez al conjunto.
Por la noche, y mientras la familia prepara la cena, mirando desde la isla videos en la televisión del salón, la escena entera queda iluminada por la teatral lámpara Aim de Flos, que va descolgando sus focos de manera aparentemente caprichosa hasta el comedor. Ahí, se aparcan los lacados ultralisos e impolutos de los armarios de la cocina para dar paso al nudo y la veta de una mesa de madera maciza y natural que se coordina en tonalidad con el pavimento en espiga sobre el que se deslizan las famosas sillas Cesca con su improbable, pero acertada, combinación de mimbre, esmalte negro y estructura cromada.
Se vuelve a ver mimbre y madera esmaltada conjugados en el mueble consola que recorre la pared sur del salón, cociendo su mitad pintada en blanco y su porción de umbral. Frente a estos, la gabardina marengo del sofá retapizado y el terciopelo rosa de la butaca, sirven de fondo para un conjunto de cojines con diseño colorista y geométrico, mientras en el centro y en la pared lateral, las mesas y los apliques luminosos recuperan las curvas y la sinuosidad formal, para amortiguar la excesiva sobriedad que suele endilgarse a las líneas rectas.
El pasillo atraviesa la casa en paralelo al umbral en un extremo. Aquí, las lamas del parqué, a diferencia de las del salón, el estudio o las habitaciones, subrayan su sentido e invitan a recorrerlo y a buscar con la mirada el punto de fuga que se encuentra detrás de una puerta corredera que se abre a la suite principal. Antes de que esto ocurra, sin embargo, los ojos se detendrán, una vez más, en un jardín bajo iluminado, que se ofrece como guiño y oasis de verdor en el punto más interior y probablemente oscuro de la casa.
Una vez en la habitación principal, el repertorio de texturas y acabados se repite y se invierte a la vez. Aquí, el efecto hormigón sube por el cabecero de la cama, el ratán cubre los armarios, la piedra reviste las mesas de noche, en un lado, el esmaltado negro cubre la del otro, para romper la simetría, y la madera, aquí de nogal, se reserva para una cómoda original de estilo decididamente nórdico.
Las lamparitas de lectura se descuelgan desde el techo blanco, aunque una de ellas, se deprende ya desde el umbral que, brevemente amueblado por una silla Butterfly de cáñamo y una planta de interior, presagia, de nuevo, ventana, balcón y vistas, tras visillos de lino crudo.
En el extremo opuesto, el baño y el vestidor no se contentan con reflejar las mismas texturas en los espejos del baño, las puertas de los armarios y el tocador, sino que añaden a la ecuación el acento cromático de una carpintería azul turquesa.