Una vivienda que los propietarios plantean como segunda residencia enclavada en una zona alta y rodeada de un paisaje maravilloso es un reto para los arquitectos. El resultado es una casa de aspecto ligero, bien integrada en su entorno, con una iluminación cálida y espacios equilibrados.
La casa se encuentra en la cima de una montaña en el pueblo remoto de Playa Negra, en Costa Rica. Es una casa de vacaciones para una pareja de Nueva York interesada en tener un hogar lejos de su propia casa que no sólo se adaptase bien a su entorno, sino que fuese instrumental para entender el paisaje que le rodea.
La casa tomó las pistas de las construcciones vernáculas locales de la zona que, en opinión del arquitecto, se insertan en lo que Gilles Clément llama el tercer paisaje; aceptar las condiciones naturales de un lugar.
Las características notables del proyecto son su ambición por abarcar el sitio en su totalidad y por ello tiene una planta arquitectónica explotada. Los fragmentos de la planta arquitectónica están conectados por medio de juegos de terrazas de tierra que muestran rastros de un pasado mesoamericano; las cubiertas de las estructuras intentan estirarse entre las mismas hasta el punto en que su materialidad se vuelve translúcida, tanto a manera de metáfora como literal.
La casa es grande pero también es pequeña, el techo es amplio pero también es ligero. La ausencia de vidrio, filtración de luz natural y juego con el viento, no permite la separación entre la casa y su paisaje. Es una casa que es sensible a las pautas definidas y dictadas por el lugar pero es a su vez de esta época y no falla en satisfacer su posición global.
El objetivo principal del diseño de esta vivienda unifamiliar es que la casa disfrutara al máximo del bosque como si fuera su propio jardín. Este propósito llevó a un esquema de distribución alargado de la planta, en el cual todos los espacios interiores tienen vistas. La distribución de la planta viene de los requerimientos de los dueños, un espacio social amplio que alberga sala, comedor y la muy importante cocina. Este espacio debía tener una terraza para disfrutar del exterior.
Al lado de este ámbito se sitúan los dormitorios de los padres y de los hijos, creando tres áreas distinguibles en la casa. El terreno tiene una pequeña pendiente que se aprovechó diseñando pequeños desniveles en las transiciones entre áreas que aportan un plus de interés y tensión al jardín. Unas terrazas acabadas en mirador sustentadas sobre vigas inclinadas convierten el jardín en un espacio sugestivo.
El esquema de techos o cubiertas obedece a dos cosas: la escala que se quería dar a los espacios y la apertura visual al bosque. Son dos techos separados.